A la mañana
siguiente, el móvil de Ty nos despertó a ambos a las diez de la mañana. Amaba
la sensación de dormir de un tirón, era tan placentera… La posición en la que
nos despertamos era curiosa, pero no me moví ni un solo milímetro, disfrutando
de su calor. Yo no me había movido, si acaso solo para acercarme más al centro
de la cama, pero Ty había dado la vuelta mientras dormía y ahora su brazo derecho
rodeaba mi cintura, acercándome a él y arrugando los bajos de mi camiseta
negra, cerca de mi ropa interior. En algún momento, Ty fue plenamente
consciente de quién era yo y dónde estábamos y se apartó de mí para
desperezarse. Dejé caer la cabeza, frustrada.
—Buenos días, Ty –saludé, con una
suave sonrisa.
—Buenos días, Sophie –contestó,
incorporándose con una media sonrisa, tan adorable y tierna que me entraron
ganas de besarle. ¡Por favor! ¿Qué me ocurría? No entendía mis sentimientos.
Me miró y
luego, con un suspiro, comentó:
—Creo que merezco una explicación,
Sophie.
Dudé
si contárselo o no, pero luego supe que no podía ocultárselo más tiempo.
—Tienes que prometerme que tus labios
permanecerán sellados ante todo lo que te voy a contar, ¿de acuerdo? Comprenderé
que no quieras volver a verme, que quieras alejarte de mí. Me iré si lo
quieres. Pero no podrás contarle nada a nadie, ¿de acuerdo?
—Cuánto secretismo…
—¡Prométemelo!
—De acuerdo, está bien. Te lo
prometo, Sophia, ¿contenta?
—Sí…
Y
comencé mi relato.
Nací
en un pueblo perdido, en medio de la nada. Ni siquiera aparece en los mapas, y
entonces tampoco lo hacía. En ese lugar, si no eras supersticioso como tu solo
eras un bicho raro. Como es normal, en todo el tiempo que llevaba allí –mis
doce largos años de vida– no había conseguido hacer ningún amigo. El día en que
cumplí los doce años, mi madre me regaló un libro. Siempre me habían encantado
los libros, así que solía pedirle a mi madre que pidiese prestados algunos, y
los leía, tratando con amor y respeto cada hoja, para devolverlo en perfecto
estado.
Aquel
libro en concreto trataba de antiguas leyendas, de amores prohibidos, de
caballeros en apuros y damas al rescate… Me atrajo desde la contraportada, y
fui hasta las lindes del Bosque Oscuro a leer. Yo, por alguna razón, era de la
firme creencia de que los libros se volvían más reales en un ambiente semejante
al de su trama, y el Bosque Oscuro era el mejor para aquella leyenda en que
hasta los árboles querían sentarse a escuchar las historias que por su tinta
corrían.
Poco
después de haber iniciado mi lectura aparecieron los niños que habitaban las
casas de alrededor de la mía. Todos eran al menos dos años mayores que yo, con
ínfulas de grandeza. Eran insoportablemente creídos. Uno de ellos me arrebató
el libro con fuerza y otro, el más mayor, me propuso un trato: ellos me
devolverían el libro, tan preciado para mí, si yo accedía a internarme en el
bosque en busca de las flores violetas que crecían a los pies del sauce llorón
que se hallaba en el centro justo del Bosque Oscuro, hechizadas a los ojos de
todos.
No
quería que mi madre se enterase de nada y tuviese problemas con las vecinas,
que además eran sus clientas puesto que les hacía la colada. Así pues acepté,
me puse en pie y me interné en el Bosque mientras sentía las miradas de mis
espantosos vecinos clavadas en la espalda, cubierta por un raído vestido azul.
Se hizo de noche, y conseguí llegar, con el límite de mis fuerzas, a los pies
del sauce. Me incliné, casi exhausta, y arranqué una de las violetas con los
dedos.
Lo
próximo que recuerdo es que desperté en una habitación de hospital, con un
horrible camisón blanco inmaculado, largo hasta los pies, con la flor en el
pelo, más largo y sedoso que de costumbre, y rodeada de gente. Al principio la
situación fue abrumadora, y cerré los ojos con fuerza, pero no tardé en volver
a abrirlos. Había reconocido por fin a las personas que me rodeaban, ansiosas.
Eran mis vecinos, pero parecían mucho más mayores que como los recordaba. Una
joven sonriente apareció a mi lado, inclinándose sobre mí, y sonrió.
—Bueno, por fin decidiste despertar,
¿eh, pequeña durmiente? Bastante has pasado ya ahí tumbada, ahora es hora de
incorporarse y desayunar.
Me
sonrió amablemente y pasó a revisar mi camastro.
—¿Cu-cuánto tiempo? –pregunté,
temerosa de averiguar que había sido una semana, o más.
—Cinco largos años, perdiste.
¿Muchos? Puede parecerlo, pero tranquila, te recuperarás.
¡¿CINCO
AÑOS?! Me sentí morir. Y entonces, reflejada en el espejo de la otra pared,
descubrí a mi compañera de habitación. Era guapísima, rubia, con unos
intimidantes ojos violetas, y me observaba tan fijamente como yo a ella. Me
llevé una mano a la boca, y la chica del espejo hizo lo mismo. Desvié la
mirada, y la chica dejó de mirarme. No era mi compañera de habitación. Era yo.
Mis
rancios ojos castaños y mi melena negra habían desaparecido, para dar lugar a
aquella belleza rubia. Respiré hondo. Cinco años… Era demasiado tiempo.
Poco
tiempo más tarde recibí el alta y una carta de una escuela de magia que decía
que me había convertido y que me esperaban allí el martes siguiente.
Cuando
termine de contárselo, me miro raro, y bajé la mirada. Tres segundos después,
la puerta de la entrada se abrió y una voz chillona grito:
—¡Ty, cielo, estamos en casa!
Me
levante de un salto y me vestí a toda prisa. Le di a Ty un suave beso en la
mejilla y me despedí:
—Si quieres saber más de mí, ya sabes
dónde encontrarme. Si no quieres hacerlo, lo entenderé y me iré.
Y,
tras una breve sonrisa, salté por la ventana.
Llegué de
nuevo a mi casa en lo que estaba empezando a considerar mi tiempo récord. Llena
de vitalidad y dudas, una mezcla explosiva, subí a mi habitación a ducharme,
aprovechando también para cambiarme de ropa. Tras pasarme un buen rato bajo el
reparador chorro del agua caliente, sacudí la cabeza para apartar los miles de
pensamientos que revoloteaban a mi alrededor, cerré el grifo, me envolví en una
toalla y me senté en el borde de la cama.
Tras secarme
y extender crema hidratante por todo mi cuerpo, me puse un conjunto de ropa
interior azul oscuro, de puntillas, y abrí mi armario mientras me mordía el
labio inferior, indecisa. Cuando me miré al espejo, llevaba puestas unas
tupidas medias negras, unos shorts marrones de pana, una camiseta básica blanca
con una blusa transparente de puntitos encima y unas bailarinas negras en los
pies. Luego, entré en el baño. Pacientemente y ayudada por un cepillo redondo,
sequé mi cabello y lo planché. Después de eso, lo desenredé, lo cepillé y lo
peiné, nerviosa. Me maquillé un poco los ojos y me apliqué la colonia en el
cuello y en las muñecas.
Y en aquel
momento llamaron al timbre. ¿Habría decidido Ty saber más de mí? ¿Habría venido
a decirme que no quería volver a verme? Con esas y mil dudas más, bajé las escaleras
de tres en tres y abrí la puerta. Ty también había cambiado su pijama por ropa
decente. Llevaba unos gruesos vaqueros oscuros, un polo pijillo de color azul
clarito y un jersey de pico encima. Calzaba unas Vans parecidas a las que tenía
yo. Levanté mi mirada hasta alcanzar sus ojazos verdes y le sonreí.
—Hola, Ty. Pasa.
—Hola, Sophie –saludó él, algo raro,
y pasó por debajo de mi brazo, que aún mantenía sujeta la puerta sin que yo me
enterase. Entré tras él, cerrando la puerta silenciosamente, y nos sentamos en
los sillones antiguos del salón, frente a la chimenea. Observé fijamente mis
cortinas, decidida a analizar cada hilo utilizado para coserlas, hasta que Ty
preguntó:
—¿Qué sentiste cuando averiguaste qué
eras capaz de hacer, Sophie?
Esa
pregunta me abrió los ojos a la realidad. Por primera vez, no sentí que ser
mágica tuviese algo que ver con nada bueno; es más, lo sentí como una carga,
una maldita carga de la que no me podía librar. Y eso me repateó. Entrecerré
los ojos hasta que todo se volvió borroso y, cuando los volvía a abrir, dije:
—Me sentí especial, poderosa, única.
Creía que no podía haberme pasado nada mejor en todo mi vida. Está más que
claro que me equivocaba. Permanecer invariable en el tiempo es el peor castigo
que me ha impuesto nunca el destino, y créeme que han sido muchos, a cada cual
más doloroso –añadí, pensando en su semejanza con Edward–. Ahora me encantaría
envejecer, no poder moverme, morir. Sería el mayor regalo que pudiese hacerme
nadie. Pero no puedo permitírmelo, y eso es un asco.
—¿Por qué no puedes?
—Porque hay demasiado en juego. Mis
amigos están en juego, el maestro, yo, la noche, e incluso puede que tu alma
esté en juego. No es algo con lo que se pueda jugar, Ty. Ya no.
Tyler
suspiró y calló, pensando. Yo hice lo mismo, temerosa de su respuesta. Al
final, alzó la mirada y dijo:
—¿En
serio me estás diciendo que no puedes morir por la noche? No lo pillo.
—Las
criaturas de la noche son...
—¡Venga
ya! ¿Criaturas de la noche? ¿Y qué más? ¿Duermes con Edward Cullen? ¿Te
entrevistas con Brad Pitt? ¡Vamos, Sophie!
Al
escuchar lo de Edward, mi corazón dio un vuelco involuntario que escondí tras
unas carcajadas.
—No,
no es eso. A ver, ¿cómo te lo explico? –Dudé–. Yo soy
inmortal. Una inmortal con delirios de grandeza, sí, pero una inmortal al fin y
al cabo. Tú no lo eres. Tú eres un simple mortal bajo mi poder. –Conseguí
arrancarle una carcajada limpia con ese comentario–. Por
tanto, yo soy una criatura de la noche y tú no. Yo soy una criatura de la noche
porque no debería existir. Tú no lo eres porque sí puedes existir. Es todo
cuestión de equilibrio. En el grupo de criaturas de la noche entra todo lo que
no debería existir: inmortales, vampiros, sombras y rajs.
—¿Rajs? –repitió Ty.
—Son criaturas que adoptan las formas
de tus peores pesadillas. Puede ser un objeto, una persona, un animal, un
lugar… Cualquier cosa que te provoque un pánico irracional. Si hay más de una
cosa, puede variar depende de lo que a él le apetezca. Eso es lo que suele
ocurrir. Mucha gente es incapaz de enfrentarse a un raj.
—¡Como en Harry Potter! Eso
pasa con los…
—Boggarts
–completé yo, ruborizándome–.
Sí, pero no es lo
mismo. No puedes derrotarlos con un hechizo. Tiene más que ver con la fuerza de
voluntad y el pánico.
—¿Utilizas palabras mágicas?
—Normalmente sí. Suele haber unas
fijas, pero a veces puedes inventártelas por el camino, depende de la
necesidad. Si no existe, te las inventas. Pero necesitas muy buen control de la
situación, y un rango determinado.
—¿Y tú le tienes?
—Sí.
—Claro, cómo no. –Se rió, y me reí
con él.
—Gracias por no odiarme –dije
abrazándome a él–. En serio.
—Es imposible odiarte, pequeña –respondió
junto a mi oreja.
Algo
se movió en mi interior, pero en ese momento mi móvil rompió el momento. Aquel
teléfono solo lo tenían los de la escuela. Era muy importante.
—Tengo que cogerlo.
—Claro, adelante.
Me
separé de Ty y cogí el móvil.
—¿Maestro Arcado?
—Soy Brian, idiota. Ábreme la puerta.
Y
colgó. Corrí a la puerta, la abrí y me abalancé sobre él, sepultándolo en un
abrazo de oso.
—¡Brian! –exclamé contenta.
—¡Brian! –exclamó él–. No me alisté
al ejército, Soph. Solo vine a verte. La próxima vez me traigo a Car y una caja
de Kleenex.
Me
dirigí con él al salón y, en ese momento, Ty repitió mis palabras:
—¿Inmortal? –Parecía que llevase un
rato cavilándolas–. ¿Si te clavo una estaca en la tripa y te atravieso, te la
sacaras y el agujero desaparecerá, así en plan peli de terror?
—¡Infantil! –Brian y yo nos
carcajeamos, y añadí–: No podrías atravesarme con ella. Se te caería de las
manos o algo parecido.
Fue
su turno de soltar una carcajada alta. Sus ojos brillaban, feliz porque no me
había perdido, aunque por el camino yo me hubiese dejado la cabeza. Y mi
corazón sangraba por verle, pero también latía contento porque mi amigo no me
había abandonado.
—¡¿Podemos probar?! –exclamó como un
niño pequeño–. ¿Por favor? –preguntó de nuevo, extendiendo la “o”
incansablemente, hasta que se quedó sin aire.
—Si con eso consigo que dejes de
burlarte de mí, entonces sí. Pero has de prometer…
—¿Comenzamos de nuevo con las
promesas? Mira que hacerlas contigo es muy peliagudo –me interrumpió, divertido–.
¡No, no me interrumpas! Déjame adivinar… ¡Por la noche te crece una cola de
sirena y tienes que meterte en la bañera, como en esa serie de la tele! No… –se
contradijo a sí mismo–. Ya te he visto por la noche, esa teoría no vale… ¡Te
alimentas de sangre y por eso tienes que mudarte! –Se protegió la garganta con
una expresión de pánico que rompió al reírse de nuevo–. Otra poco factible,
vale… ¡Lo conseguiré! –me afirmó, al ver mi expresión burlona–. Lo de que te
mordió una araña creo que podemos dejarlo aparte, la criptonita también… –murmuró,
enumerando mentalmente superhéroes de cómic–. ¡¿Qué narices te pasa?! –exclamó
al fin, consternado.
No
pude contener la risa ni un solo segundo más. Y, cuando comencé, no pude parar.
Brian, a mi lado, se había sentado en el sillón y se sujetaba el costado entre
carcajadas muy sonoras.
—¡Ya os vale! Tú sabes la respuesta,
este juego de adivinanzas sin pistas no me gusta… Dame una.
Fingí
que me lo pensaba.
—Me regenero deprisa.
Se
partió la cabeza pensando, y al fin dijo:
—¡Como en la peli! ¿Mujer loba? –preguntó
después–. ¿No se te ocurrió nada mejor? Mis teorías molaban más…
—Puedo viajar en el tiempo.
—¿En serio? No te creo.
Alcé
las cejas en respuesta.
—Vale, esa puede pasar, pero prefiero
no comprobarlo. La idea de remover el pasado me da cosa.
—Como quieras. Pero luego no digas
que no te avisé.
Y
entonces, cuando sus devaneos de cabeza finalizaron, me volví hacia Brian, que
seguía partiéndose de risa en el sillón, y anuncié:
—Ty, él es Brian, un gran amigo y
compañero de la escuela. Brian… ¡Brian! –Él pareció recuperar la compostura y
se irguió, sonriente–. Brian, él es Tyler, compañero del instituto y buen
amigo. ¿Dudas? ¿No? Guay. Entonces, Brian, puedes hablar –terminé, sentándome
junto a Ty en el sofá después de verles darse la mano, sonrientes.
—Vale… El Maestro ha detectado una
malsana concentración de sombras y rajs en este distrito. Y ya sabes lo que eso significa.
—Sí. –Me volví hacia mi nuevo amigo y
expliqué, dado que el mago parecía algo reacio a hacerlo–: Cuando hay una
<<malsana concentración de sombras y rajs>> en un distrito,
significa que hay más de una sombra por mago, y desde luego un número de rajs
que sobrepasa con creces la perspectiva controlada por el mundo mágico. Y eso
indica que tenemos un problema bastante grande. Por no decir más grande que
nosotros. Tendremos que trabajar duro si queremos librarnos de esas criaturas
antes de que el número se desfase y comiencen a atacar.
—Sí, es básicamente eso. Bien
explicado, líder –me felicitó Brian, chocando una mano conmigo–. Así que
tendremos que reunir un equipo, hablar con el Maestro y… hacer algo contigo –terminó
mirando a Ty de arriba abajo.
—No, ni de broma. Si alguien tiene
que ocuparse de él, seré yo, y no de la forma en que a ti te gustaría, dalo por
seguro. Se salvarme solita, salva-damas-en-apuros. ¿O acaso necesitas
que te sea recordado quien te trajo de vuelta?
—No, violeta –me devolvió la
pulla.
El
rubio nos miraba a los dos alternativamente, como si asistiese a un partido de
tenis, sin comprender nuestro enfado. <<Cállate, Brian… Déjame a mí
ocuparme de él…>>, murmuré en la mente de mi amigo, con pesar. Él sacudió
la cabeza y dijo:
—Da igual, Soph, haz lo que quieras.
Todas tus decisiones serán buenas porque tú las tomaste y…
¡Ay,
madre mía! Le corté el rollo, devolviéndole el control de sí mismo, y me miró
con odio.
—Dijiste que nunca me harías eso –constató
suave.
—Nunca mencionamos casos de necesidad
o idiotez –repliqué, mirándole fijamente.
—Vale, da igual. Te dejo a ti a cargo
de él. Yo me encargaré del equipo.
Brian
dio una cabezada y añadió:
—Pero primero déjame hablar con él un
poco.
Acepté
y desaparecí, reapareciendo más tarde en mi habitación. Hice un conjuro para
escuchar sus palabras y me senté.
—¿…Sophie?
—Sí, pero creo que eso es secundario.
Lo importante es… ¿Qué opinas de ella?
—Pues me parece muy maja, divertida,
inteligente, guapa…
Mi
amigo le cortó. Había incentivado sus emociones, y ya no necesitaba escucharle
para saber lo que sentía. Mi gran problema residía en que yo no podía hacerlo.
Genial, como siempre.
ResponderEliminarVeo parte de tu personalidad reflejada en Sophie, realmente una gran parte.
Tal vez sea porque narra en primera persona en esa forma que solo tú sabes.
Realmente la mejora está quedando muy bien. Esta historia tiene más de ti, realmente veo que a la otra le faltaba ese algo, esa profesionalidad que sí tiene esta. Sigue así.
Te quiere, Ane
Ehh... Gracias, supongo.
ResponderEliminarMuchas gracias, en serio.
Te quiero, Obscura.