martes, 26 de marzo de 2013

Capítulo 4

¿A qué viene esa pregunta?
La magia es algo abstracto –trató de explicar mi amigo–. Es un concepto que implica cambios tanto en la materia como en la energía. Los mortales creéis que solo provoca cambios visibles, cuando por una u otra razón decidís creer que es cierto que hay una fuerza superior a la de la inteligencia humana, pero eso no es del todo cierto. Todo está relacionado con la magia, porque la verdadera esencia de la magia reside en la energía. Y el “principio de conservación de la energía” dice que <<la energía ni se crea ni se destruye; solo se transforma>>. Por lo tanto, es imposible destruir la magia, pero esta puede cambiarlo todo. Por ejemplo, yo tengo un don. –Agudicé el oído cuando le escuché decir eso–. Mi don consiste en percibir los sentimientos de todo el que esté a mi alrededor. Aunque tú no sepas lo que sientes por ella, yo sí lo sé. Y algo del abstracto que la mantiene viva ha comenzado a anclarse en ti.
Me dejé caer, apenada. Ty estaba cambiando su naturaleza por mi culpa.
¿Eso que significa? –preguntó mi amigo, curioso.
De momento es posible que nada, pero también es posible que Sophie se esté convirtiendo en tu faan.
¿Mi faan?
Un faan es…
No pude escuchar más y bajé de inmediato, completando yo misma la frase.
Un faan es tu Maestro y tu fuente abstracta. El sunfaan, tú si seguimos la locura que se le pasa a este por la cabeza –Señalé a mi amigo, que sonreía–, es un mortal que, de alguna manera, ha comenzado a alojar magia en su interior. El motivo, cuando es de verdad un sunfaan, es una relación especial con un mago, que se convierte automáticamente en su faan. La magia que pasa a formar parte del sunfaan es la propia magia del otro, del mago, que transmite su magia de manera inconsciente. Normalmente, un sunfaan avanzado es reconocido porque el color de sus ojos ha cambiado de su color original a uno más translúcido, parecido al color de los ojos de Brian, o de los míos, pero sin tener el brillo especial que los hace mágicos.
 Me perdí en los recuerdos sobre las historias de los faan que me habían contado en la escuela, y en aquellas parejas que había encontrado en mi camino como inmortal. La relación faanítica entre seres mágicos y mortales es bella y terrible, brillante y sutil, amable y dura, fría y cálida. Única. Esa relación lo es todo. Significa alcanzar el mayor grado de acercamiento que jamás podrías alcanzar con nadie. Si de verdad era eso lo que yo estaba compartiendo con Ty, ambos pasaríamos a formar parte de la corta lista de la treintena de faans y sunfaans del mundo.
…Y por eso debemos detener a las criaturas de la noche antes de que sea tarde –terminó Brian, y giré la cabeza hacia ellos automáticamente.
Vale, ya lo pillo. ¿Y por qué no puedo ayudar? Quiero decir… ¿Puedo ayudar?
Sí, sí puedes –contesté antes de que Brian hablase–. Yo te enseñaré. B, encárgate del maestro Arcado.
Cogí de la mano al rubio y me lo llevé escaleras arriba mientras mi otro amigo sacaba el móvil. Entonces, arriba de las escaleras, comenzó a sonar una canción de Linkin Park que no supe identificar.
Perdón –murmuró Ty, y sacó el móvil del bolsillo. Lo cogió y estuvo un rato hablando con alguien que me pareció entenderle que era Luke, y luego le colgó y me miró con una sonrisa de disculpa.
No, tranquilo. ¿Luke?
Sí, estaba emocionado por hablarme de su última conquista. Bueno, ¿qué me vas a enseñar?
Ahí estaba otra vez su arrebatadora media sonrisa. Sonreí a mi vez y le precedí camino a la biblioteca:
Voy a enseñarte los principios de la magia.

Saqué el libro más básico sobre magia que tenía y se lo tendí a Ty, que me observaba sacar libros de las estanterías tumbado boca arriba en el suelo, con las manos detrás de la cabeza. Como no lo cogió, lo dejé caer sobre su estómago y cogí uno para entretenerme mientras él se quejaba de dolor y lo giraba para leer la portada.
“Introducción a la magia para torpes y/o principiantes”, por Laura McGleen. Ah. Parece interesante.
Me dejé caer en el suelo con una carcajada y abrí mi propio libro, una antigua novela negra, a la espera de su primera duda. Lo que no me esperé era que fuese en la primera página.
¿“Siempre tiene la razón el mago combatiente mayor o más probado, siendo en caso contrario cuando este mismo haya sido el menor en el momento de su comienzo y para el resto”? ¿Qué se supone que significa eso?
Suspiré y cerré el libro sin apenas haber leído una línea.
Significa que estás leyendo uno de los principios de la magia. Tienes que hacer caso al más experimentado (siempre que sea un combate leal, no una lucha) o al más mayor, siendo en caso contrario, es decir, siendo al revés…
Eso ya lo había pillado, graciosilla.
Por si acaso. Eh… <<siendo en caso contrario cuando este mismo…>>. Vale. Eso quiere decir que, cuando el más experimentado sea, por el contrario, menor que el lector (tú), en cuyo caso el resto del libro servirá para orientar a tu alumno en el correcto uso de la magia, y como base para tus clases. O sea, resumiendo, que tienes que leer el libro porque yo, que soy más mayor y más experimentada, lo digo así, y yo quiero lo mejor para ti, no te quiero muerto, así que has de hacerme caso. Pero solo si quieres. Si prefieres que te enseñe otro, avisa.
No, yo no he dicho eso. Vale, creo que ya lo entiendo.
Pues sigue leyendo, rubiales. –Al escuchar esto, su sonrisita se ensanchó–. No tenemos todo el tiempo del mundo, ¿sabes?
Está bien, está bien –aceptó arrastrando las sílabas y volviendo a tumbarse, con el libro abierto sobre la cabeza, sujetado por las manos.
Yo sonreí y recogí mi libro para seguir leyendo.
Cuando ya llevaba unos cuantos capítulos, y la cosa se estaba poniendo interesante, sonó un móvil. Pero esta vez no era Ty. Esta vez era la voz de Fools Garden; mi móvil.
¿Diga?
Soy el Maestro Arcado, Sophia.
Buenas tardes, Maestro –contesté educadamente–. ¿Qué desea?
Necesito que me confirmes el grado 2 de tu casa. ¿Es cierto que se ha producido una relación faanítica contigo y un mortal? –quiso cerciorarse.
Sí. O, al menos, eso creo. Se llama Tyler Boods. Tiene 17 años, como yo, y es mi amigo desde que llegué aquí.
Sí, Brian me ha comentado algo así. Y también me ha dicho que estás enseñándole magia.
Es mi sunfaan, Maestro –repliqué–. Creo que es normal que trate de ayudarle y orientarle en su camino.
De acuerdo, Sophia –se rindió–. Lo dejo en tus manos. No falles.
Y, tras estas palabras, colgó. Suspiré y vi cómo Ty me miraba fijamente.
Era mi Maestro. Trataba de cerciorarse de que existía una relación faanítica entre nosotros dos.
¿Y existe?
Sí, creo que sí. Vale –añadí al ver que había cerrado el libro–. Vamos a ver qué has aprendido.
Me levanté y lo levanté a él. Tras eso, alcé un brazo y, tras coger la suya, chasqueé los dedos de la mano libre. Al instante, mi biblioteca desapareció para dar paso a la sala de entrenamiento que todo mago está obligado a tener en su vivienda habitual.
Guau –exclamó Ty–. ¿Yo también puedo hacer eso?
Aquí no. Es mi sala de entrenamiento. Pero, de todas formas, comenzaremos por algo más sencillo.
Empecé enseñándole conjuros defensivos, como escudos y cúpulas, pero acabé por enseñarle algún que otro de ataque porque no me fiaba de mi infalibilidad. Al menos, él tendría un modo de cubrirse las espaldas. Cuando derribó mi barrera y le hizo un agujero a la pared (que me encargué de arreglar) decidí que era suficiente.
¡No! –se quejó–. Ahora que me estaba gustando esto.
Sí, claro. Cuando no me rebanas la cabeza por centímetros es divertido, ¿no? Pues que te quede claro que aquí la profe soy yo.
Sonreímos a la vez y mi argumento perdió fuerza.
Venga, vamos abajo. Brian tiene que estar al caer, y tenemos que ver qué podemos hacer con las sombras. 

Capítulo 3

A la mañana siguiente, el móvil de Ty nos despertó a ambos a las diez de la mañana. Amaba la sensación de dormir de un tirón, era tan placentera… La posición en la que nos despertamos era curiosa, pero no me moví ni un solo milímetro, disfrutando de su calor. Yo no me había movido, si acaso solo para acercarme más al centro de la cama, pero Ty había dado la vuelta mientras dormía y ahora su brazo derecho rodeaba mi cintura, acercándome a él y arrugando los bajos de mi camiseta negra, cerca de mi ropa interior. En algún momento, Ty fue plenamente consciente de quién era yo y dónde estábamos y se apartó de mí para desperezarse. Dejé caer la cabeza, frustrada.
Buenos días, Ty –saludé, con una suave sonrisa.
Buenos días, Sophie –contestó, incorporándose con una media sonrisa, tan adorable y tierna que me entraron ganas de besarle. ¡Por favor! ¿Qué me ocurría? No entendía mis sentimientos.
Me miró y luego, con un suspiro, comentó:
Creo que merezco una explicación, Sophie.
Dudé si contárselo o no, pero luego supe que no podía ocultárselo más tiempo.
Tienes que prometerme que tus labios permanecerán sellados ante todo lo que te voy a contar, ¿de acuerdo? Comprenderé que no quieras volver a verme, que quieras alejarte de mí. Me iré si lo quieres. Pero no podrás contarle nada a nadie, ¿de acuerdo?
Cuánto secretismo…
¡Prométemelo!
De acuerdo, está bien. Te lo prometo, Sophia, ¿contenta?
Sí…
Y comencé mi relato.

Nací en un pueblo perdido, en medio de la nada. Ni siquiera aparece en los mapas, y entonces tampoco lo hacía. En ese lugar, si no eras supersticioso como tu solo eras un bicho raro. Como es normal, en todo el tiempo que llevaba allí –mis doce largos años de vida– no había conseguido hacer ningún amigo. El día en que cumplí los doce años, mi madre me regaló un libro. Siempre me habían encantado los libros, así que solía pedirle a mi madre que pidiese prestados algunos, y los leía, tratando con amor y respeto cada hoja, para devolverlo en perfecto estado.
Aquel libro en concreto trataba de antiguas leyendas, de amores prohibidos, de caballeros en apuros y damas al rescate… Me atrajo desde la contraportada, y fui hasta las lindes del Bosque Oscuro a leer. Yo, por alguna razón, era de la firme creencia de que los libros se volvían más reales en un ambiente semejante al de su trama, y el Bosque Oscuro era el mejor para aquella leyenda en que hasta los árboles querían sentarse a escuchar las historias que por su tinta corrían.
Poco después de haber iniciado mi lectura aparecieron los niños que habitaban las casas de alrededor de la mía. Todos eran al menos dos años mayores que yo, con ínfulas de grandeza. Eran insoportablemente creídos. Uno de ellos me arrebató el libro con fuerza y otro, el más mayor, me propuso un trato: ellos me devolverían el libro, tan preciado para mí, si yo accedía a internarme en el bosque en busca de las flores violetas que crecían a los pies del sauce llorón que se hallaba en el centro justo del Bosque Oscuro, hechizadas a los ojos de todos.
No quería que mi madre se enterase de nada y tuviese problemas con las vecinas, que además eran sus clientas puesto que les hacía la colada. Así pues acepté, me puse en pie y me interné en el Bosque mientras sentía las miradas de mis espantosos vecinos clavadas en la espalda, cubierta por un raído vestido azul. Se hizo de noche, y conseguí llegar, con el límite de mis fuerzas, a los pies del sauce. Me incliné, casi exhausta, y arranqué una de las violetas con los dedos.
Lo próximo que recuerdo es que desperté en una habitación de hospital, con un horrible camisón blanco inmaculado, largo hasta los pies, con la flor en el pelo, más largo y sedoso que de costumbre, y rodeada de gente. Al principio la situación fue abrumadora, y cerré los ojos con fuerza, pero no tardé en volver a abrirlos. Había reconocido por fin a las personas que me rodeaban, ansiosas. Eran mis vecinos, pero parecían mucho más mayores que como los recordaba. Una joven sonriente apareció a mi lado, inclinándose sobre mí, y sonrió.
Bueno, por fin decidiste despertar, ¿eh, pequeña durmiente? Bastante has pasado ya ahí tumbada, ahora es hora de incorporarse y desayunar.
Me sonrió amablemente y pasó a revisar mi camastro.
¿Cu-cuánto tiempo? –pregunté, temerosa de averiguar que había sido una semana, o más.
Cinco largos años, perdiste. ¿Muchos? Puede parecerlo, pero tranquila, te recuperarás.
¡¿CINCO AÑOS?! Me sentí morir. Y entonces, reflejada en el espejo de la otra pared, descubrí a mi compañera de habitación. Era guapísima, rubia, con unos intimidantes ojos violetas, y me observaba tan fijamente como yo a ella. Me llevé una mano a la boca, y la chica del espejo hizo lo mismo. Desvié la mirada, y la chica dejó de mirarme. No era mi compañera de habitación. Era yo.
Mis rancios ojos castaños y mi melena negra habían desaparecido, para dar lugar a aquella belleza rubia. Respiré hondo. Cinco años… Era demasiado tiempo.
Poco tiempo más tarde recibí el alta y una carta de una escuela de magia que decía que me había convertido y que me esperaban allí el martes siguiente.

Cuando termine de contárselo, me miro raro, y bajé la mirada. Tres segundos después, la puerta de la entrada se abrió y una voz chillona grito:
¡Ty, cielo, estamos en casa!
Me levante de un salto y me vestí a toda prisa. Le di a Ty un suave beso en la mejilla y me despedí:
Si quieres saber más de mí, ya sabes dónde encontrarme. Si no quieres hacerlo, lo entenderé y me iré.
Y, tras una breve sonrisa, salté por la ventana.



Llegué de nuevo a mi casa en lo que estaba empezando a considerar mi tiempo récord. Llena de vitalidad y dudas, una mezcla explosiva, subí a mi habitación a ducharme, aprovechando también para cambiarme de ropa. Tras pasarme un buen rato bajo el reparador chorro del agua caliente, sacudí la cabeza para apartar los miles de pensamientos que revoloteaban a mi alrededor, cerré el grifo, me envolví en una toalla y me senté en el borde de la cama.
Tras secarme y extender crema hidratante por todo mi cuerpo, me puse un conjunto de ropa interior azul oscuro, de puntillas, y abrí mi armario mientras me mordía el labio inferior, indecisa. Cuando me miré al espejo, llevaba puestas unas tupidas medias negras, unos shorts marrones de pana, una camiseta básica blanca con una blusa transparente de puntitos encima y unas bailarinas negras en los pies. Luego, entré en el baño. Pacientemente y ayudada por un cepillo redondo, sequé mi cabello y lo planché. Después de eso, lo desenredé, lo cepillé y lo peiné, nerviosa. Me maquillé un poco los ojos y me apliqué la colonia en el cuello y en las muñecas.
Y en aquel momento llamaron al timbre. ¿Habría decidido Ty saber más de mí? ¿Habría venido a decirme que no quería volver a verme? Con esas y mil dudas más, bajé las escaleras de tres en tres y abrí la puerta. Ty también había cambiado su pijama por ropa decente. Llevaba unos gruesos vaqueros oscuros, un polo pijillo de color azul clarito y un jersey de pico encima. Calzaba unas Vans parecidas a las que tenía yo. Levanté mi mirada hasta alcanzar sus ojazos verdes y le sonreí.
Hola, Ty. Pasa.
Hola, Sophie –saludó él, algo raro, y pasó por debajo de mi brazo, que aún mantenía sujeta la puerta sin que yo me enterase. Entré tras él, cerrando la puerta silenciosamente, y nos sentamos en los sillones antiguos del salón, frente a la chimenea. Observé fijamente mis cortinas, decidida a analizar cada hilo utilizado para coserlas, hasta que Ty preguntó:
¿Qué sentiste cuando averiguaste qué eras capaz de hacer, Sophie?
Esa pregunta me abrió los ojos a la realidad. Por primera vez, no sentí que ser mágica tuviese algo que ver con nada bueno; es más, lo sentí como una carga, una maldita carga de la que no me podía librar. Y eso me repateó. Entrecerré los ojos hasta que todo se volvió borroso y, cuando los volvía a abrir, dije:
Me sentí especial, poderosa, única. Creía que no podía haberme pasado nada mejor en todo mi vida. Está más que claro que me equivocaba. Permanecer invariable en el tiempo es el peor castigo que me ha impuesto nunca el destino, y créeme que han sido muchos, a cada cual más doloroso –añadí, pensando en su semejanza con Edward–. Ahora me encantaría envejecer, no poder moverme, morir. Sería el mayor regalo que pudiese hacerme nadie. Pero no puedo permitírmelo, y eso es un asco.
¿Por qué no puedes?
Porque hay demasiado en juego. Mis amigos están en juego, el maestro, yo, la noche, e incluso puede que tu alma esté en juego. No es algo con lo que se pueda jugar, Ty. Ya no.
Tyler suspiró y calló, pensando. Yo hice lo mismo, temerosa de su respuesta. Al final, alzó la mirada y dijo:
¿En serio me estás diciendo que no puedes morir por la noche? No lo pillo.
Las criaturas de la noche son...
—¡Venga ya! ¿Criaturas de la noche? ¿Y qué más? ¿Duermes con Edward Cullen? ¿Te entrevistas con Brad Pitt? ¡Vamos, Sophie!
Al escuchar lo de Edward, mi corazón dio un vuelco involuntario que escondí tras unas carcajadas.
No, no es eso. A ver, ¿cómo te lo explico? Dudé. Yo soy inmortal. Una inmortal con delirios de grandeza, sí, pero una inmortal al fin y al cabo. Tú no lo eres. Tú eres un simple mortal bajo mi poder. Conseguí arrancarle una carcajada limpia con ese comentario. Por tanto, yo soy una criatura de la noche y tú no. Yo soy una criatura de la noche porque no debería existir. Tú no lo eres porque sí puedes existir. Es todo cuestión de equilibrio. En el grupo de criaturas de la noche entra todo lo que no debería existir: inmortales, vampiros, sombras y rajs.
—¿Rajs? –repitió Ty.
Son criaturas que adoptan las formas de tus peores pesadillas. Puede ser un objeto, una persona, un animal, un lugar… Cualquier cosa que te provoque un pánico irracional. Si hay más de una cosa, puede variar depende de lo que a él le apetezca. Eso es lo que suele ocurrir. Mucha gente es incapaz de enfrentarse a un raj.
¡Como en Harry Potter! Eso pasa con los…
Boggartscompleté yo, ruborizándome–. Sí, pero no es lo mismo. No puedes derrotarlos con un hechizo. Tiene más que ver con la fuerza de voluntad y el pánico.
¿Utilizas palabras mágicas?
Normalmente sí. Suele haber unas fijas, pero a veces puedes inventártelas por el camino, depende de la necesidad. Si no existe, te las inventas. Pero necesitas muy buen control de la situación, y un rango determinado.
¿Y tú le tienes?
Sí.
Claro, cómo no. –Se rió, y me reí con él.
Gracias por no odiarme –dije abrazándome a él–. En serio.
Es imposible odiarte, pequeña –respondió junto a mi oreja.
Algo se movió en mi interior, pero en ese momento mi móvil rompió el momento. Aquel teléfono solo lo tenían los de la escuela. Era muy importante.
Tengo que cogerlo.
Claro, adelante.
Me separé de Ty y  cogí el móvil.
¿Maestro Arcado?
Soy Brian, idiota. Ábreme la puerta.
Y colgó. Corrí a la puerta, la abrí y me abalancé sobre él, sepultándolo en un abrazo de oso.
¡Brian! –exclamé contenta.
¡Brian! –exclamó él–. No me alisté al ejército, Soph. Solo vine a verte. La próxima vez me traigo a Car y una caja de Kleenex.  
Me dirigí con él al salón y, en ese momento, Ty repitió mis palabras:
¿Inmortal? –Parecía que llevase un rato cavilándolas–. ¿Si te clavo una estaca en la tripa y te atravieso, te la sacaras y el agujero desaparecerá, así en plan peli de terror?
¡Infantil! –Brian y yo nos carcajeamos, y añadí–: No podrías atravesarme con ella. Se te caería de las manos o algo parecido.
Fue su turno de soltar una carcajada alta. Sus ojos brillaban, feliz porque no me había perdido, aunque por el camino yo me hubiese dejado la cabeza. Y mi corazón sangraba por verle, pero también latía contento porque mi amigo no me había abandonado.
¡¿Podemos probar?! –exclamó como un niño pequeño–. ¿Por favor? –preguntó de nuevo, extendiendo la “o” incansablemente, hasta que se quedó sin aire.
Si con eso consigo que dejes de burlarte de mí, entonces sí. Pero has de prometer…
¿Comenzamos de nuevo con las promesas? Mira que hacerlas contigo es muy peliagudo –me interrumpió, divertido–. ¡No, no me interrumpas! Déjame adivinar… ¡Por la noche te crece una cola de sirena y tienes que meterte en la bañera, como en esa serie de la tele! No… –se contradijo a sí mismo–. Ya te he visto por la noche, esa teoría no vale… ¡Te alimentas de sangre y por eso tienes que mudarte! –Se protegió la garganta con una expresión de pánico que rompió al reírse de nuevo–. Otra poco factible, vale… ¡Lo conseguiré! –me afirmó, al ver mi expresión burlona–. Lo de que te mordió una araña creo que podemos dejarlo aparte, la criptonita también… –murmuró, enumerando mentalmente superhéroes de cómic–. ¡¿Qué narices te pasa?! –exclamó al fin, consternado.
No pude contener la risa ni un solo segundo más. Y, cuando comencé, no pude parar. Brian, a mi lado, se había sentado en el sillón y se sujetaba el costado entre carcajadas muy sonoras.
¡Ya os vale! Tú sabes la respuesta, este juego de adivinanzas sin pistas no me gusta… Dame una.
Fingí que me lo pensaba.
Me regenero deprisa.
Se partió la cabeza pensando, y al fin dijo:
¡Como en la peli! ¿Mujer loba? –preguntó después–. ¿No se te ocurrió nada mejor? Mis teorías molaban más…
Puedo viajar en el tiempo.
¿En serio? No te creo.
Alcé las cejas en respuesta.
Vale, esa puede pasar, pero prefiero no comprobarlo. La idea de remover el pasado me da cosa.
Como quieras. Pero luego no digas que no te avisé.
Y entonces, cuando sus devaneos de cabeza finalizaron, me volví hacia Brian, que seguía partiéndose de risa en el sillón, y anuncié:
Ty, él es Brian, un gran amigo y compañero de la escuela. Brian… ¡Brian! –Él pareció recuperar la compostura y se irguió, sonriente–. Brian, él es Tyler, compañero del instituto y buen amigo. ¿Dudas? ¿No? Guay. Entonces, Brian, puedes hablar –terminé, sentándome junto a Ty en el sofá después de verles darse la mano, sonrientes.
Vale… El Maestro ha detectado una malsana concentración de sombras y rajs en este distrito.  Y ya sabes lo que eso significa.
Sí. –Me volví hacia mi nuevo amigo y expliqué, dado que el mago parecía algo reacio a hacerlo–: Cuando hay una <<malsana concentración de sombras y rajs>> en un distrito, significa que hay más de una sombra por mago, y desde luego un número de rajs que sobrepasa con creces la perspectiva controlada por el mundo mágico. Y eso indica que tenemos un problema bastante grande. Por no decir más grande que nosotros. Tendremos que trabajar duro si queremos librarnos de esas criaturas antes de que el número se desfase y comiencen a atacar.
Sí, es básicamente eso. Bien explicado, líder –me felicitó Brian, chocando una mano conmigo–. Así que tendremos que reunir un equipo, hablar con el Maestro y… hacer algo contigo –terminó mirando a Ty de arriba abajo.
No, ni de broma. Si alguien tiene que ocuparse de él, seré yo, y no de la forma en que a ti te gustaría, dalo por seguro. Se salvarme solita, salva-damas-en-apuros. ¿O acaso necesitas que te sea recordado quien te trajo de vuelta?
No, violeta –me devolvió la pulla.
El rubio nos miraba a los dos alternativamente, como si asistiese a un partido de tenis, sin comprender nuestro enfado. <<Cállate, Brian… Déjame a mí ocuparme de él…>>, murmuré en la mente de mi amigo, con pesar. Él sacudió la cabeza y dijo:
Da igual, Soph, haz lo que quieras. Todas tus decisiones serán buenas porque tú las tomaste y…
¡Ay, madre mía! Le corté el rollo, devolviéndole el control de sí mismo, y me miró con odio.
Dijiste que nunca me harías eso –constató suave.
Nunca mencionamos casos de necesidad o idiotez –repliqué, mirándole fijamente.
Vale, da igual. Te dejo a ti a cargo de él. Yo me encargaré del equipo.
Brian dio una cabezada y añadió:
Pero primero déjame hablar con él un poco.
Acepté y desaparecí, reapareciendo más tarde en mi habitación. Hice un conjuro para escuchar sus palabras y me senté.
¿…Sophie?
Sí, pero creo que eso es secundario. Lo importante es… ¿Qué opinas de ella?
Pues me parece muy maja, divertida, inteligente, guapa…

Mi amigo le cortó. Había incentivado sus emociones, y ya no necesitaba escucharle para saber lo que sentía. Mi gran problema residía en que yo no podía hacerlo.

martes, 12 de marzo de 2013

Capítulo 2

Alcé la vista de las malgastadas páginas del libro de magia que estaba leyendo y la clavé en las odiosas llamas verdes que salían de la chimenea, más concretamente de un madero hechizado. El calendario de madera que descansaba en la repisa de la misma me recordaba que ya llevaba casi un mes entero en Sheldon. Era domingo. De pronto, aún con la mirada perdida entre los reflejos esmeraldas del fuego, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo y, enterrando la cara en las manos, di rienda suelta a mi estúpido llanto. Aquel color era tan parecido a los ojos de Edward… No recordé que también eran los de Ty. Me limité a derramar miles de lágrimas, una tras otra, a la espera de que alguien se apiadase de mí y cerrase el grifo, en vista de que yo no era capaz. Brian se encargó de ello. Mi móvil vibró dos veces y pude leer en su pantalla:

Tenemos problemas, Soph. Hay sombras en tu distrito. Te han encontrado. Voy para allá”.

Calculé cuando tardaría en llegar y recibí otro mensaje.

En una semana estoy ahí. Suerte, guapa”.

Mi respuesta fue escueta:

Gracias”.

Cerré el libro y, dejándolo abandonado en el suelo, subí las escaleras hasta mi habitación. Allí cambié mi suave camisón por ropa de calle. Enfundé mis largas piernas en unos pitillos de montar a caballo y los pies en unas botas de piel hasta por encima de la rodilla que se ajustan a la pierna como un calcetín. Por un momento, mi reflejo se me antojó como el cuarto mosquetero, y reí. Luego seguí con la ropa. Me puse una camiseta negra de Los Ramones, una sudadera del mismo color con el logo de la escuela y un gorro de lana muy oscuro que ocultaba mi larga melena rubia. Las manos y la cara las protegí con un sencillo conjuro, y salí a la calle.
Mis desarrollados sentidos enfocaron la calle como si, en lugar de las once y media de la noche, se tratase de las doce del mediodía. Mi mirada recorría cada esquina, cada rincón, cada resquicio, como si fuese la última vez que fuese a hacer aquello y quisiese memorizar todos los detalles. Mi cuerpo se deslizó, sinuoso, por la calle, hasta que me topé con la criatura frente al Nightmare, el club nocturno de moda en el pueblo. Bueno, en realidad el único. Aún estaba vacío, puesto que abría a “la hora de las brujas”, como rezaba su cartel. Faltaba media hora para las doce, y los jóvenes que solían atestar el local aún no habían llegado. La hora de las brujas… Como si las brujas fuésemos a agradecer que nos dedicasen la hora de su apertura. La criatura me resultó extrañamente familiar. No recordé nada de lo que me habían enseñado en ese instante. Me quedé paralizada al ver que, en lugar de los acostumbrados ojos negros que relucían en las cuencas de las criaturas nocturnas, dos brillantes ojos esmeralda me miraban desde aquel rostro difuso. Y la criatura aprovechó mi idiotez para asestarme un golpe que me dejó tirada en el suelo. Gemí mientras me levantaba. Y entonces eché a correr. La criatura se quedó un poco atrás puesto que no esperaba una maga tan cobarde, pero no tardó en comenzar a seguirme. En aquel momento, supe con seguridad que me alcanzaría. Y en aquel momento también, hallé la manera de impedirlo. Al alzar la mirada, descubrí luz en el tercer piso del edificio que me rodeaba y escalé hasta llegar allí. Entré por la ventana y caí al suelo frente a una cama ocupada por un adolescente rubio que mantenía los ojos cerrados y los cascos puestos. Sin preocuparme lo más mínimo por el chaval, sabiéndome en terreno conocido, me asomé de nuevo a la ventana y vi cómo la nocturna daba la vuelta sobre sí misma y luego abandonaba el callejón confundida. Y reí. Mi risa sacó al chaval de su música, ya que apartó los cascos y me miró.
—¿Sophie? –preguntó asombrado–. ¿Qué haces aquí?
—Si te dijese que me perseguían para matarme, ¿te lo creerías? –indagué con una sonrisa.
—Probablemente no, ¿es cierto?
—Sí. Pero tranquilo, ya se ha ido. –Me senté a su lado en la cama y reí de nuevo–. Es solo que no puedo volver a casa ahora mismo. ¿Podría quedarme aquí?
Claro, faltaba más. –Se echó a reír conmigo y luego me preguntó–. Oye, nunca lo pregunté, ¿cuántos años tienes?
No quieras saberlo, Ty. No quieras saberlo.
¿Tan joven y ya ocultas tu edad? Qué mal vamos, Sophie.
Ya ves… Bueno, al caso. Que tengo que quedarme. Gracias por permitirlo, Ty.
De nada, mujer. Bueno, vamos allá. ¿Por qué te perseguían?
Yo los perseguía, y era solo uno –contesté, avergonzada. Cada segundo que pasaba, más segura estaba de que hubiera podido con él. Y entonces, sus ojos verdes volvieron a mi mente y mi mente se bloqueó. Caí sobre la cama y solo después de que Ty me sacudiera varias veces volví en mí.
¿Te desmayaste? ¿Realmente acabas de desmayarte?
¡No! ¡¡¡No es cierto!!! –chillé fuera de mí–. No, ¿vale? Es… mi mente se ha… bloqueado de pronto, porque recordé algo, nada más, ¿de acuerdo?
Vale, vale, tranquila. –Se acercó a mí y me abrazó, provocando en mi interior unas sensaciones tan extrañas que el corazón comenzó a latir mucho más deprisa, unas sensaciones que solamente había experimentado una vez.
Ty… Ty, yo…
Pero no pude continuar. Bueno, no quise. Al final, me calmé y me dejé caer sobre la cama, derrotada. No podía mirarle a los ojos, no cuando esas sensaciones seguían recorriendo mi cuerpo, reptando lentamente, reviviendo mi interior. No me moví hasta que controlé esos sentimientos, hundiendo el brillo de mis ojos hasta que no quedó casi nada, y entonces me levanté con una sonrisa y lo miré:
¿Qué observas?
A ti. Te ha dado un ataque de… algo, o algo. Sigo flipando.
No necesito que me lo recuerdes. ¿Qué escuchabas? –Me pareció la mejor manera de cambiar de tema.
¡TY! –gritó alguien al otro lado de la casa, y me escondí bajo la cama sin que Ty me lo pidiese. Si mi profesor de Matemáticas –y el padre de Ty– me viese allí, no soportaría su rapapolvo más tarde.
—La visión desconocida, ciega es. El mundo de las tinieblas, de mi parte está –murmuré, volviéndome invisible.
—Ty, nos vamos a la ópera empezó mi profesor.
—No invites a nadie y sé bueno, ¿de acuerdo? continuó la madre.
—Sí, mamá. ¿Cuándo volvéis?
—Mañana a las tres de la tarde, porque mañana lunes es fiesta. Además, recuerda que tenemos que ir a la ciudad para ver la ópera. Nos quedaremos allí.
—Vale, mamá. Hasta mañana.
—Adiós, Ty. Sé bueno.
Los dos desaparecieron, y al poco se oía el ruido de una llave girando en la cerradura principal. Ty tendió una mano y me sacó de bajo la cama. Ty siguió la conversación que habíamos tenido antes de que fuésemos interrumpidos.
Estaba escuchando la nueva de Justin Timberlake, “Suit and tie”. ¿Quieres que ponga música o lo haces tú?
Yo.
Me dirigí al portátil que descansaba sobre el escritorio y busqué en YouTube hasta encontrar lo que quería: Evanescence, My Immortal.
                      
                                       “I’m so tired of being here,
                                       suppressed by all of my childish fears.
And if you have to leave
I wish that you would just leave.
‘Cause your presence still lingers here
and it won’t leave me alone…”

Esta canción me la enseñó una chica de Europlance que conocí hace mucho tiempo. Se llamaba Beth, y fue una de las mejores amigas que he tenido jamás.
Yo de este grupo solo conocía una… Me gusta, está muy guay. Gracias por enseñármela.
Bring me to life, ¿verdad? Sí, es la que más se conoce de ellos. Bueno, por lo menos es la que solían poner en la radio. Pero tienen muchísimas, y todas geniales.

                       “These wounds won’t seam to heal,
                       this pain is just too real,
                       there’s just too much that time cannot erase…”

Evanescence… Lo apuntaré, me han gustado.
Cuando acabó la canción, se levantó él y, llevando el portátil a la cama, comenzó a buscar él también. Pronto me encontré escuchando Maroon 5.
La conversación posterior versó única y exclusivamente sobre música y artistas favoritos de uno y de otra. Me encantaba hablar de música, podía ser yo misma sin necesidad de medir mis palabras a cada segundo. Con controlar a qué conciertos en vivo había ido y a cuáles no, todo controlado. Nos dieron las doce hablando de música, y a Ty le sonó el móvil. Era su madre. Cuando colgó, me explicó que su madre quería que se acostara ya.
¿Y dónde duermo yo? –pregunté con una sonrisa.
Teniendo en cuenta que el único sitio donde mi hermana no mira cuando llega a casa es este y que no pienso dejarte dormir en el suelo… Vas a tener que dormir aquí, conmigo.
Vale, guay.
Me quité las botas y me saqué la sudadera por la cabeza. Luego, mientras Ty me observaba por el rabillo del ojo –fingiendo buscar el pijama bajo la almohada–, dejé caer los pantalones, libres, hasta el suelo y sacudí la pierna para que formasen un gurruño en el suelo antes de doblarlos junto a lo demás. Cuando me di la vuelta, Ty arqueó las cejas, inquisitivo.
Hace calor. ¿Te molesta?
En absoluto –afirmó, echando a andar hacia el baño. Cuando volvió, me di cuenta de que en realidad nunca lo había visto en bañador o, en su defecto, solamente con un pantalón. Era guapo, muy guapo. Tenía el pelo cortado de una manera difícil de describir, pero muy común. Como un antiguo corte a tazón que había crecido salvajemente, sin orden ni patrón. El flequillo oscuro le tapaba la frente, juntándose con las cejas a la altura del párpado móvil. Por detrás era largo, pero no mucho. Lo suficiente. Bajo aquel telón oscuro relucían dos ojos verdes esmeralda, preciosos. Era musculoso, pero no en el sentido de cachas-de-gimnasio-presuntuoso. Más bien del tipo del que podrías sentirte segura en sus brazos, así. Los abdominales estaban perfectamente dibujados, y era de espaldas anchas. Estaba mirando al suelo, y la sangre teñía levemente sus morenas mejillas. En definitiva, era el tipo de chico tímido que tenía a todas haciendo cola y ni se daba cuenta. Sonreí al pensarlo.
Ven, anda, que se va a hacer de día –me dijo, abriendo el edredón para que entrase junto a él. Rogué por que no me hubiese visto comérmelo con la mirada. Me deslicé a su lado con una sonrisa.
Buenas noches, grandullón –murmuré, dándole un beso en la mejilla.
Buenas noches, pequeña –me deseó, devolviéndome el beso.

Me di la vuelta y, cada uno en un lado de la cama, nos fuimos quedando dormidos. 

Capítulo 1


El amanecer llenó mi habitación de una luz rosada y me despertó de mi reparador duermevela. Me sentí renovada, como si hubiese cambiado durante mis horas de sueño, aunque en realidad ni siquiera me había deshecho de mis botas. Bajé hasta la cocina e hice aparecer una taza y un calentador para la leche. Después bajé el sobre de cacao y el cartón de leche y me preparé el desayuno. Me lo zampé en un tiempo récord, procediendo más tarde a lavar la taza y el calentador y a subir a mi cuarto.
La observé con aire crítico y luego saqué la varita que llevaba escondida en la bota izquierda. Toqué el suelo con ella y de inmediato una suave moqueta negra cubrió el frío parqué; con un movimiento de muñeca pinté la pared de rojo sangre y la puerta de negro; el somier y el colchón sobre los que había dormido cambiaron de pronto para pasar a ser una cama de matrimonio de madera antigua de cabecero elaborado y un enorme colchón mullido de las mismas proporciones; el buró lo dejé donde estaba, pero hice que pareciese más de los años veinte con una mano de pintura; el armario mutó en un gran vestidor. Satisfecha por mi trabajo, decoré el resto de la casa en un santiamén y deshice la bolsa que quedaba. Todas mis cosas llenaron armarios, estanterías y cajones. Cuando terminé, metí de nuevo la varita en mis botas camperas y, calándome un gorro de lana en la cabeza y cogiendo al vuelo una trenca oscura del perchero del pasillo, deslicé mi móvil hasta el bolsillo del pantalón y salí a la calle.
Siendo sincera, hacía mucho, mucho frío, pero a mí las bajas temperaturas no me afectaban. Eran las ocho de la mañana, y también parecía que nadie habitara allí. Siguiendo mi infalible instinto, recorrí el pueblo hasta encontrar mi principal objetivo, el instituto. Esto era la peor parte de tener mi edad: con diecisiete años, la escolarización es obligatoria. Y estudiar en casa no iba a colar, puesto que carecía de tutor que lo hiciese. Era pequeño y acogedor, con el aparcamiento lleno de los coches de los estudiantes de secundaria que llenaban las aulas a primera hora de la mañana. Repasé en mi mente las instrucciones del maestro Arcado y me dirigí a secretaría. Allí, una señora mayor me entregó un plano que desapareció en el interior de mi bolso y un horario que guardé pulcramente entre las páginas de mi libreta.
Sonó el timbre de la segunda hora, y me crucé los pasillos hasta el aula número 125, Matemáticas. Inspiré hondo una vez y entré en la clase. Como me había temido, todas y cada una de las miradas se apartaron de la pizarra de tiza, en la que un joven profesor, de unos treinta y muchos, explicaba las educaciones de tercer grado, para clavarse en mí. En absoluto intimidada, crucé la clase y le entregué mi parte al profesor.
—Eres la chica nueva, ¿verdad? Sophia…
—Sophia Swardenkaranivkowa completé para sacarle del apuro, mientras todos me miraban asombrados.
—¿Puedes repetirlo? me pidió el profesor, con el boli suspendido sobre mi parte de asistencia, en el que solo había alcanzado a apuntar mi nombre.
—¿Quiere mejor que se lo escriba?
Asintió mientras la clase hacía verdaderos esfuerzos por no estallar en risas. Tras cerrar el parte, me adjudicó un sitio junto a un chico que, según su carpeta, se llamaba Harry Peterson. Le saludé en voz baja, y me devolvió el saludo. Luego deslizó su libro hasta el centro de la mesa. Al final del día, yo tenía muchísimos libros nuevos para aprenderme de memoria y ningún amigo. Nadie se acercaba a hablar conmigo y yo no les necesitaba. O eso creía.


Al día siguiente, subí a mi coche nuevo, un todo-terreno cortesía del maestro Arcado y escogido por Brian, y me dirigí al instituto. Tras tres clases transcurridas en silencio, un chico rubio, con unos preciosos ojos esmeralda, se acercó a mí. Sentí una clara punzada en el corazón cuando me miró, pero me esforcé por aclarar mis ideas y le miré yo también.
—¿Eres Sophia? preguntó, sabiendo perfectamente de mi respuesta afirmativa.
—Sí. ¿Quién eres tú? inquirí a mi vez.
—Me llamo Tyler Boods y soy el hijo del profesor de Matemáticas añadió al ver que en mis ojos relucía la sombra de la curiosidad. Estoy contigo en Literatura, Historia y…
—Química terminé yo, ubicándole. Ya sé quién eres.
—¿Qué tal por aquí? Eres nueva en el pueblo, ¿me equivoco?
—No, es cierto. Me he mudado anteayer. Bueno, ayer a las dos de la mañana.
Mi respuesta le hizo esbozar una sonrisa que lo único que consiguió fue arrancar otro pedacito de mi frío corazón roto. Aparté la mirada antes de sonreír yo también.
—Entonces supongo que de nada servirá que te pregunte si te gusta el pueblo. No lo habrás visto lo suficiente, ¿verdad?
—No, no creo que sirva de nada repliqué entre risas. Él también se rió, y medio alumnado se dio la vuelta para mirarnos. Para mirarme. Sacudí la cabeza lentamente y luego deslicé dos dedos por un mechón de mi cabello, cohibida. Tyler negó también y me dijo, como si de un secreto estatal se tratara, con los labios pegados a mi oreja:
—No les hagas caso, temen por principio todo lo extraño. Son unos idiotas.
—Lo suponía. ¿Son aquellos tus amigos? pregunté señalando con la mirada a un grupo especialmente paralizado que se hallaban sentados en torno a un balón, mirándonos fijamente desde la cancha de fútbol.
—Sí, y me temo que ahora mismo parecen exactamente iguales que todos los demás. No suelen ser así, suelen ser más… movidos. No sé, igual los han abducido.
—Sí, ¿los marcianitos? Bueno, da igual. Era curiosidad, simplemente respondí, pero él se levantó y tomó mi mano, tirando de mí hasta donde se encontraban sus amigos. Una vez llegamos, me soltó y chocó palmas con un par de ellos.
—Chicos, esta es Sophia. Sophia, ellos son Harry, Luke, Derek, Mike y John.
Nadie se movió; continuaron mirándome en silencio hasta que Tyler le propinó una patada a Luke y él y Harry –Peterson, el mismo de la clase de Mates– me saludaron, cohibidos ante mi presencia. No me inmuté, mi sola presencia bastaba para acallar todo ruido. Tyler sacudió la cabeza y se sentó, y yo sonreí. Puede que observasen mis brillantes ojos violetas, puede que mirasen mi larga melena rubia, puede que estuviesen esperando que mi esbelto cuerpo mutase en una alienígena. No ocurrió. Tyler me invitó a sentarme a su lado y, poco a poco, la tensión fue desapareciendo hasta evaporarse por completo.

A lo largo de la semana descubrí que eran uno de los grupos más populares del instituto porque la mayoría de sus integrantes formaban parte del equipo de fútbol del colegio. Eran divertidos, y pronto dejé a un lado las restricciones que me habían impuesto para hacerme su amiga.