martes, 26 de marzo de 2013

Capítulo 4

¿A qué viene esa pregunta?
La magia es algo abstracto –trató de explicar mi amigo–. Es un concepto que implica cambios tanto en la materia como en la energía. Los mortales creéis que solo provoca cambios visibles, cuando por una u otra razón decidís creer que es cierto que hay una fuerza superior a la de la inteligencia humana, pero eso no es del todo cierto. Todo está relacionado con la magia, porque la verdadera esencia de la magia reside en la energía. Y el “principio de conservación de la energía” dice que <<la energía ni se crea ni se destruye; solo se transforma>>. Por lo tanto, es imposible destruir la magia, pero esta puede cambiarlo todo. Por ejemplo, yo tengo un don. –Agudicé el oído cuando le escuché decir eso–. Mi don consiste en percibir los sentimientos de todo el que esté a mi alrededor. Aunque tú no sepas lo que sientes por ella, yo sí lo sé. Y algo del abstracto que la mantiene viva ha comenzado a anclarse en ti.
Me dejé caer, apenada. Ty estaba cambiando su naturaleza por mi culpa.
¿Eso que significa? –preguntó mi amigo, curioso.
De momento es posible que nada, pero también es posible que Sophie se esté convirtiendo en tu faan.
¿Mi faan?
Un faan es…
No pude escuchar más y bajé de inmediato, completando yo misma la frase.
Un faan es tu Maestro y tu fuente abstracta. El sunfaan, tú si seguimos la locura que se le pasa a este por la cabeza –Señalé a mi amigo, que sonreía–, es un mortal que, de alguna manera, ha comenzado a alojar magia en su interior. El motivo, cuando es de verdad un sunfaan, es una relación especial con un mago, que se convierte automáticamente en su faan. La magia que pasa a formar parte del sunfaan es la propia magia del otro, del mago, que transmite su magia de manera inconsciente. Normalmente, un sunfaan avanzado es reconocido porque el color de sus ojos ha cambiado de su color original a uno más translúcido, parecido al color de los ojos de Brian, o de los míos, pero sin tener el brillo especial que los hace mágicos.
 Me perdí en los recuerdos sobre las historias de los faan que me habían contado en la escuela, y en aquellas parejas que había encontrado en mi camino como inmortal. La relación faanítica entre seres mágicos y mortales es bella y terrible, brillante y sutil, amable y dura, fría y cálida. Única. Esa relación lo es todo. Significa alcanzar el mayor grado de acercamiento que jamás podrías alcanzar con nadie. Si de verdad era eso lo que yo estaba compartiendo con Ty, ambos pasaríamos a formar parte de la corta lista de la treintena de faans y sunfaans del mundo.
…Y por eso debemos detener a las criaturas de la noche antes de que sea tarde –terminó Brian, y giré la cabeza hacia ellos automáticamente.
Vale, ya lo pillo. ¿Y por qué no puedo ayudar? Quiero decir… ¿Puedo ayudar?
Sí, sí puedes –contesté antes de que Brian hablase–. Yo te enseñaré. B, encárgate del maestro Arcado.
Cogí de la mano al rubio y me lo llevé escaleras arriba mientras mi otro amigo sacaba el móvil. Entonces, arriba de las escaleras, comenzó a sonar una canción de Linkin Park que no supe identificar.
Perdón –murmuró Ty, y sacó el móvil del bolsillo. Lo cogió y estuvo un rato hablando con alguien que me pareció entenderle que era Luke, y luego le colgó y me miró con una sonrisa de disculpa.
No, tranquilo. ¿Luke?
Sí, estaba emocionado por hablarme de su última conquista. Bueno, ¿qué me vas a enseñar?
Ahí estaba otra vez su arrebatadora media sonrisa. Sonreí a mi vez y le precedí camino a la biblioteca:
Voy a enseñarte los principios de la magia.

Saqué el libro más básico sobre magia que tenía y se lo tendí a Ty, que me observaba sacar libros de las estanterías tumbado boca arriba en el suelo, con las manos detrás de la cabeza. Como no lo cogió, lo dejé caer sobre su estómago y cogí uno para entretenerme mientras él se quejaba de dolor y lo giraba para leer la portada.
“Introducción a la magia para torpes y/o principiantes”, por Laura McGleen. Ah. Parece interesante.
Me dejé caer en el suelo con una carcajada y abrí mi propio libro, una antigua novela negra, a la espera de su primera duda. Lo que no me esperé era que fuese en la primera página.
¿“Siempre tiene la razón el mago combatiente mayor o más probado, siendo en caso contrario cuando este mismo haya sido el menor en el momento de su comienzo y para el resto”? ¿Qué se supone que significa eso?
Suspiré y cerré el libro sin apenas haber leído una línea.
Significa que estás leyendo uno de los principios de la magia. Tienes que hacer caso al más experimentado (siempre que sea un combate leal, no una lucha) o al más mayor, siendo en caso contrario, es decir, siendo al revés…
Eso ya lo había pillado, graciosilla.
Por si acaso. Eh… <<siendo en caso contrario cuando este mismo…>>. Vale. Eso quiere decir que, cuando el más experimentado sea, por el contrario, menor que el lector (tú), en cuyo caso el resto del libro servirá para orientar a tu alumno en el correcto uso de la magia, y como base para tus clases. O sea, resumiendo, que tienes que leer el libro porque yo, que soy más mayor y más experimentada, lo digo así, y yo quiero lo mejor para ti, no te quiero muerto, así que has de hacerme caso. Pero solo si quieres. Si prefieres que te enseñe otro, avisa.
No, yo no he dicho eso. Vale, creo que ya lo entiendo.
Pues sigue leyendo, rubiales. –Al escuchar esto, su sonrisita se ensanchó–. No tenemos todo el tiempo del mundo, ¿sabes?
Está bien, está bien –aceptó arrastrando las sílabas y volviendo a tumbarse, con el libro abierto sobre la cabeza, sujetado por las manos.
Yo sonreí y recogí mi libro para seguir leyendo.
Cuando ya llevaba unos cuantos capítulos, y la cosa se estaba poniendo interesante, sonó un móvil. Pero esta vez no era Ty. Esta vez era la voz de Fools Garden; mi móvil.
¿Diga?
Soy el Maestro Arcado, Sophia.
Buenas tardes, Maestro –contesté educadamente–. ¿Qué desea?
Necesito que me confirmes el grado 2 de tu casa. ¿Es cierto que se ha producido una relación faanítica contigo y un mortal? –quiso cerciorarse.
Sí. O, al menos, eso creo. Se llama Tyler Boods. Tiene 17 años, como yo, y es mi amigo desde que llegué aquí.
Sí, Brian me ha comentado algo así. Y también me ha dicho que estás enseñándole magia.
Es mi sunfaan, Maestro –repliqué–. Creo que es normal que trate de ayudarle y orientarle en su camino.
De acuerdo, Sophia –se rindió–. Lo dejo en tus manos. No falles.
Y, tras estas palabras, colgó. Suspiré y vi cómo Ty me miraba fijamente.
Era mi Maestro. Trataba de cerciorarse de que existía una relación faanítica entre nosotros dos.
¿Y existe?
Sí, creo que sí. Vale –añadí al ver que había cerrado el libro–. Vamos a ver qué has aprendido.
Me levanté y lo levanté a él. Tras eso, alcé un brazo y, tras coger la suya, chasqueé los dedos de la mano libre. Al instante, mi biblioteca desapareció para dar paso a la sala de entrenamiento que todo mago está obligado a tener en su vivienda habitual.
Guau –exclamó Ty–. ¿Yo también puedo hacer eso?
Aquí no. Es mi sala de entrenamiento. Pero, de todas formas, comenzaremos por algo más sencillo.
Empecé enseñándole conjuros defensivos, como escudos y cúpulas, pero acabé por enseñarle algún que otro de ataque porque no me fiaba de mi infalibilidad. Al menos, él tendría un modo de cubrirse las espaldas. Cuando derribó mi barrera y le hizo un agujero a la pared (que me encargué de arreglar) decidí que era suficiente.
¡No! –se quejó–. Ahora que me estaba gustando esto.
Sí, claro. Cuando no me rebanas la cabeza por centímetros es divertido, ¿no? Pues que te quede claro que aquí la profe soy yo.
Sonreímos a la vez y mi argumento perdió fuerza.
Venga, vamos abajo. Brian tiene que estar al caer, y tenemos que ver qué podemos hacer con las sombras. 

Capítulo 3

A la mañana siguiente, el móvil de Ty nos despertó a ambos a las diez de la mañana. Amaba la sensación de dormir de un tirón, era tan placentera… La posición en la que nos despertamos era curiosa, pero no me moví ni un solo milímetro, disfrutando de su calor. Yo no me había movido, si acaso solo para acercarme más al centro de la cama, pero Ty había dado la vuelta mientras dormía y ahora su brazo derecho rodeaba mi cintura, acercándome a él y arrugando los bajos de mi camiseta negra, cerca de mi ropa interior. En algún momento, Ty fue plenamente consciente de quién era yo y dónde estábamos y se apartó de mí para desperezarse. Dejé caer la cabeza, frustrada.
Buenos días, Ty –saludé, con una suave sonrisa.
Buenos días, Sophie –contestó, incorporándose con una media sonrisa, tan adorable y tierna que me entraron ganas de besarle. ¡Por favor! ¿Qué me ocurría? No entendía mis sentimientos.
Me miró y luego, con un suspiro, comentó:
Creo que merezco una explicación, Sophie.
Dudé si contárselo o no, pero luego supe que no podía ocultárselo más tiempo.
Tienes que prometerme que tus labios permanecerán sellados ante todo lo que te voy a contar, ¿de acuerdo? Comprenderé que no quieras volver a verme, que quieras alejarte de mí. Me iré si lo quieres. Pero no podrás contarle nada a nadie, ¿de acuerdo?
Cuánto secretismo…
¡Prométemelo!
De acuerdo, está bien. Te lo prometo, Sophia, ¿contenta?
Sí…
Y comencé mi relato.

Nací en un pueblo perdido, en medio de la nada. Ni siquiera aparece en los mapas, y entonces tampoco lo hacía. En ese lugar, si no eras supersticioso como tu solo eras un bicho raro. Como es normal, en todo el tiempo que llevaba allí –mis doce largos años de vida– no había conseguido hacer ningún amigo. El día en que cumplí los doce años, mi madre me regaló un libro. Siempre me habían encantado los libros, así que solía pedirle a mi madre que pidiese prestados algunos, y los leía, tratando con amor y respeto cada hoja, para devolverlo en perfecto estado.
Aquel libro en concreto trataba de antiguas leyendas, de amores prohibidos, de caballeros en apuros y damas al rescate… Me atrajo desde la contraportada, y fui hasta las lindes del Bosque Oscuro a leer. Yo, por alguna razón, era de la firme creencia de que los libros se volvían más reales en un ambiente semejante al de su trama, y el Bosque Oscuro era el mejor para aquella leyenda en que hasta los árboles querían sentarse a escuchar las historias que por su tinta corrían.
Poco después de haber iniciado mi lectura aparecieron los niños que habitaban las casas de alrededor de la mía. Todos eran al menos dos años mayores que yo, con ínfulas de grandeza. Eran insoportablemente creídos. Uno de ellos me arrebató el libro con fuerza y otro, el más mayor, me propuso un trato: ellos me devolverían el libro, tan preciado para mí, si yo accedía a internarme en el bosque en busca de las flores violetas que crecían a los pies del sauce llorón que se hallaba en el centro justo del Bosque Oscuro, hechizadas a los ojos de todos.
No quería que mi madre se enterase de nada y tuviese problemas con las vecinas, que además eran sus clientas puesto que les hacía la colada. Así pues acepté, me puse en pie y me interné en el Bosque mientras sentía las miradas de mis espantosos vecinos clavadas en la espalda, cubierta por un raído vestido azul. Se hizo de noche, y conseguí llegar, con el límite de mis fuerzas, a los pies del sauce. Me incliné, casi exhausta, y arranqué una de las violetas con los dedos.
Lo próximo que recuerdo es que desperté en una habitación de hospital, con un horrible camisón blanco inmaculado, largo hasta los pies, con la flor en el pelo, más largo y sedoso que de costumbre, y rodeada de gente. Al principio la situación fue abrumadora, y cerré los ojos con fuerza, pero no tardé en volver a abrirlos. Había reconocido por fin a las personas que me rodeaban, ansiosas. Eran mis vecinos, pero parecían mucho más mayores que como los recordaba. Una joven sonriente apareció a mi lado, inclinándose sobre mí, y sonrió.
Bueno, por fin decidiste despertar, ¿eh, pequeña durmiente? Bastante has pasado ya ahí tumbada, ahora es hora de incorporarse y desayunar.
Me sonrió amablemente y pasó a revisar mi camastro.
¿Cu-cuánto tiempo? –pregunté, temerosa de averiguar que había sido una semana, o más.
Cinco largos años, perdiste. ¿Muchos? Puede parecerlo, pero tranquila, te recuperarás.
¡¿CINCO AÑOS?! Me sentí morir. Y entonces, reflejada en el espejo de la otra pared, descubrí a mi compañera de habitación. Era guapísima, rubia, con unos intimidantes ojos violetas, y me observaba tan fijamente como yo a ella. Me llevé una mano a la boca, y la chica del espejo hizo lo mismo. Desvié la mirada, y la chica dejó de mirarme. No era mi compañera de habitación. Era yo.
Mis rancios ojos castaños y mi melena negra habían desaparecido, para dar lugar a aquella belleza rubia. Respiré hondo. Cinco años… Era demasiado tiempo.
Poco tiempo más tarde recibí el alta y una carta de una escuela de magia que decía que me había convertido y que me esperaban allí el martes siguiente.

Cuando termine de contárselo, me miro raro, y bajé la mirada. Tres segundos después, la puerta de la entrada se abrió y una voz chillona grito:
¡Ty, cielo, estamos en casa!
Me levante de un salto y me vestí a toda prisa. Le di a Ty un suave beso en la mejilla y me despedí:
Si quieres saber más de mí, ya sabes dónde encontrarme. Si no quieres hacerlo, lo entenderé y me iré.
Y, tras una breve sonrisa, salté por la ventana.



Llegué de nuevo a mi casa en lo que estaba empezando a considerar mi tiempo récord. Llena de vitalidad y dudas, una mezcla explosiva, subí a mi habitación a ducharme, aprovechando también para cambiarme de ropa. Tras pasarme un buen rato bajo el reparador chorro del agua caliente, sacudí la cabeza para apartar los miles de pensamientos que revoloteaban a mi alrededor, cerré el grifo, me envolví en una toalla y me senté en el borde de la cama.
Tras secarme y extender crema hidratante por todo mi cuerpo, me puse un conjunto de ropa interior azul oscuro, de puntillas, y abrí mi armario mientras me mordía el labio inferior, indecisa. Cuando me miré al espejo, llevaba puestas unas tupidas medias negras, unos shorts marrones de pana, una camiseta básica blanca con una blusa transparente de puntitos encima y unas bailarinas negras en los pies. Luego, entré en el baño. Pacientemente y ayudada por un cepillo redondo, sequé mi cabello y lo planché. Después de eso, lo desenredé, lo cepillé y lo peiné, nerviosa. Me maquillé un poco los ojos y me apliqué la colonia en el cuello y en las muñecas.
Y en aquel momento llamaron al timbre. ¿Habría decidido Ty saber más de mí? ¿Habría venido a decirme que no quería volver a verme? Con esas y mil dudas más, bajé las escaleras de tres en tres y abrí la puerta. Ty también había cambiado su pijama por ropa decente. Llevaba unos gruesos vaqueros oscuros, un polo pijillo de color azul clarito y un jersey de pico encima. Calzaba unas Vans parecidas a las que tenía yo. Levanté mi mirada hasta alcanzar sus ojazos verdes y le sonreí.
Hola, Ty. Pasa.
Hola, Sophie –saludó él, algo raro, y pasó por debajo de mi brazo, que aún mantenía sujeta la puerta sin que yo me enterase. Entré tras él, cerrando la puerta silenciosamente, y nos sentamos en los sillones antiguos del salón, frente a la chimenea. Observé fijamente mis cortinas, decidida a analizar cada hilo utilizado para coserlas, hasta que Ty preguntó:
¿Qué sentiste cuando averiguaste qué eras capaz de hacer, Sophie?
Esa pregunta me abrió los ojos a la realidad. Por primera vez, no sentí que ser mágica tuviese algo que ver con nada bueno; es más, lo sentí como una carga, una maldita carga de la que no me podía librar. Y eso me repateó. Entrecerré los ojos hasta que todo se volvió borroso y, cuando los volvía a abrir, dije:
Me sentí especial, poderosa, única. Creía que no podía haberme pasado nada mejor en todo mi vida. Está más que claro que me equivocaba. Permanecer invariable en el tiempo es el peor castigo que me ha impuesto nunca el destino, y créeme que han sido muchos, a cada cual más doloroso –añadí, pensando en su semejanza con Edward–. Ahora me encantaría envejecer, no poder moverme, morir. Sería el mayor regalo que pudiese hacerme nadie. Pero no puedo permitírmelo, y eso es un asco.
¿Por qué no puedes?
Porque hay demasiado en juego. Mis amigos están en juego, el maestro, yo, la noche, e incluso puede que tu alma esté en juego. No es algo con lo que se pueda jugar, Ty. Ya no.
Tyler suspiró y calló, pensando. Yo hice lo mismo, temerosa de su respuesta. Al final, alzó la mirada y dijo:
¿En serio me estás diciendo que no puedes morir por la noche? No lo pillo.
Las criaturas de la noche son...
—¡Venga ya! ¿Criaturas de la noche? ¿Y qué más? ¿Duermes con Edward Cullen? ¿Te entrevistas con Brad Pitt? ¡Vamos, Sophie!
Al escuchar lo de Edward, mi corazón dio un vuelco involuntario que escondí tras unas carcajadas.
No, no es eso. A ver, ¿cómo te lo explico? Dudé. Yo soy inmortal. Una inmortal con delirios de grandeza, sí, pero una inmortal al fin y al cabo. Tú no lo eres. Tú eres un simple mortal bajo mi poder. Conseguí arrancarle una carcajada limpia con ese comentario. Por tanto, yo soy una criatura de la noche y tú no. Yo soy una criatura de la noche porque no debería existir. Tú no lo eres porque sí puedes existir. Es todo cuestión de equilibrio. En el grupo de criaturas de la noche entra todo lo que no debería existir: inmortales, vampiros, sombras y rajs.
—¿Rajs? –repitió Ty.
Son criaturas que adoptan las formas de tus peores pesadillas. Puede ser un objeto, una persona, un animal, un lugar… Cualquier cosa que te provoque un pánico irracional. Si hay más de una cosa, puede variar depende de lo que a él le apetezca. Eso es lo que suele ocurrir. Mucha gente es incapaz de enfrentarse a un raj.
¡Como en Harry Potter! Eso pasa con los…
Boggartscompleté yo, ruborizándome–. Sí, pero no es lo mismo. No puedes derrotarlos con un hechizo. Tiene más que ver con la fuerza de voluntad y el pánico.
¿Utilizas palabras mágicas?
Normalmente sí. Suele haber unas fijas, pero a veces puedes inventártelas por el camino, depende de la necesidad. Si no existe, te las inventas. Pero necesitas muy buen control de la situación, y un rango determinado.
¿Y tú le tienes?
Sí.
Claro, cómo no. –Se rió, y me reí con él.
Gracias por no odiarme –dije abrazándome a él–. En serio.
Es imposible odiarte, pequeña –respondió junto a mi oreja.
Algo se movió en mi interior, pero en ese momento mi móvil rompió el momento. Aquel teléfono solo lo tenían los de la escuela. Era muy importante.
Tengo que cogerlo.
Claro, adelante.
Me separé de Ty y  cogí el móvil.
¿Maestro Arcado?
Soy Brian, idiota. Ábreme la puerta.
Y colgó. Corrí a la puerta, la abrí y me abalancé sobre él, sepultándolo en un abrazo de oso.
¡Brian! –exclamé contenta.
¡Brian! –exclamó él–. No me alisté al ejército, Soph. Solo vine a verte. La próxima vez me traigo a Car y una caja de Kleenex.  
Me dirigí con él al salón y, en ese momento, Ty repitió mis palabras:
¿Inmortal? –Parecía que llevase un rato cavilándolas–. ¿Si te clavo una estaca en la tripa y te atravieso, te la sacaras y el agujero desaparecerá, así en plan peli de terror?
¡Infantil! –Brian y yo nos carcajeamos, y añadí–: No podrías atravesarme con ella. Se te caería de las manos o algo parecido.
Fue su turno de soltar una carcajada alta. Sus ojos brillaban, feliz porque no me había perdido, aunque por el camino yo me hubiese dejado la cabeza. Y mi corazón sangraba por verle, pero también latía contento porque mi amigo no me había abandonado.
¡¿Podemos probar?! –exclamó como un niño pequeño–. ¿Por favor? –preguntó de nuevo, extendiendo la “o” incansablemente, hasta que se quedó sin aire.
Si con eso consigo que dejes de burlarte de mí, entonces sí. Pero has de prometer…
¿Comenzamos de nuevo con las promesas? Mira que hacerlas contigo es muy peliagudo –me interrumpió, divertido–. ¡No, no me interrumpas! Déjame adivinar… ¡Por la noche te crece una cola de sirena y tienes que meterte en la bañera, como en esa serie de la tele! No… –se contradijo a sí mismo–. Ya te he visto por la noche, esa teoría no vale… ¡Te alimentas de sangre y por eso tienes que mudarte! –Se protegió la garganta con una expresión de pánico que rompió al reírse de nuevo–. Otra poco factible, vale… ¡Lo conseguiré! –me afirmó, al ver mi expresión burlona–. Lo de que te mordió una araña creo que podemos dejarlo aparte, la criptonita también… –murmuró, enumerando mentalmente superhéroes de cómic–. ¡¿Qué narices te pasa?! –exclamó al fin, consternado.
No pude contener la risa ni un solo segundo más. Y, cuando comencé, no pude parar. Brian, a mi lado, se había sentado en el sillón y se sujetaba el costado entre carcajadas muy sonoras.
¡Ya os vale! Tú sabes la respuesta, este juego de adivinanzas sin pistas no me gusta… Dame una.
Fingí que me lo pensaba.
Me regenero deprisa.
Se partió la cabeza pensando, y al fin dijo:
¡Como en la peli! ¿Mujer loba? –preguntó después–. ¿No se te ocurrió nada mejor? Mis teorías molaban más…
Puedo viajar en el tiempo.
¿En serio? No te creo.
Alcé las cejas en respuesta.
Vale, esa puede pasar, pero prefiero no comprobarlo. La idea de remover el pasado me da cosa.
Como quieras. Pero luego no digas que no te avisé.
Y entonces, cuando sus devaneos de cabeza finalizaron, me volví hacia Brian, que seguía partiéndose de risa en el sillón, y anuncié:
Ty, él es Brian, un gran amigo y compañero de la escuela. Brian… ¡Brian! –Él pareció recuperar la compostura y se irguió, sonriente–. Brian, él es Tyler, compañero del instituto y buen amigo. ¿Dudas? ¿No? Guay. Entonces, Brian, puedes hablar –terminé, sentándome junto a Ty en el sofá después de verles darse la mano, sonrientes.
Vale… El Maestro ha detectado una malsana concentración de sombras y rajs en este distrito.  Y ya sabes lo que eso significa.
Sí. –Me volví hacia mi nuevo amigo y expliqué, dado que el mago parecía algo reacio a hacerlo–: Cuando hay una <<malsana concentración de sombras y rajs>> en un distrito, significa que hay más de una sombra por mago, y desde luego un número de rajs que sobrepasa con creces la perspectiva controlada por el mundo mágico. Y eso indica que tenemos un problema bastante grande. Por no decir más grande que nosotros. Tendremos que trabajar duro si queremos librarnos de esas criaturas antes de que el número se desfase y comiencen a atacar.
Sí, es básicamente eso. Bien explicado, líder –me felicitó Brian, chocando una mano conmigo–. Así que tendremos que reunir un equipo, hablar con el Maestro y… hacer algo contigo –terminó mirando a Ty de arriba abajo.
No, ni de broma. Si alguien tiene que ocuparse de él, seré yo, y no de la forma en que a ti te gustaría, dalo por seguro. Se salvarme solita, salva-damas-en-apuros. ¿O acaso necesitas que te sea recordado quien te trajo de vuelta?
No, violeta –me devolvió la pulla.
El rubio nos miraba a los dos alternativamente, como si asistiese a un partido de tenis, sin comprender nuestro enfado. <<Cállate, Brian… Déjame a mí ocuparme de él…>>, murmuré en la mente de mi amigo, con pesar. Él sacudió la cabeza y dijo:
Da igual, Soph, haz lo que quieras. Todas tus decisiones serán buenas porque tú las tomaste y…
¡Ay, madre mía! Le corté el rollo, devolviéndole el control de sí mismo, y me miró con odio.
Dijiste que nunca me harías eso –constató suave.
Nunca mencionamos casos de necesidad o idiotez –repliqué, mirándole fijamente.
Vale, da igual. Te dejo a ti a cargo de él. Yo me encargaré del equipo.
Brian dio una cabezada y añadió:
Pero primero déjame hablar con él un poco.
Acepté y desaparecí, reapareciendo más tarde en mi habitación. Hice un conjuro para escuchar sus palabras y me senté.
¿…Sophie?
Sí, pero creo que eso es secundario. Lo importante es… ¿Qué opinas de ella?
Pues me parece muy maja, divertida, inteligente, guapa…

Mi amigo le cortó. Había incentivado sus emociones, y ya no necesitaba escucharle para saber lo que sentía. Mi gran problema residía en que yo no podía hacerlo.