Alcé
la vista de las malgastadas páginas del libro de magia que estaba leyendo y la
clavé en las odiosas llamas verdes que salían de la chimenea, más concretamente
de un madero hechizado. El calendario de madera que descansaba en la repisa de
la misma me recordaba que ya llevaba casi un mes entero en Sheldon. Era
domingo. De pronto, aún con la mirada perdida entre los reflejos esmeraldas del
fuego, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo y, enterrando la cara
en las manos, di rienda suelta a mi estúpido llanto. Aquel color era tan
parecido a los ojos de Edward… No recordé que también eran los de Ty. Me limité
a derramar miles de lágrimas, una tras otra, a la espera de que alguien se
apiadase de mí y cerrase el grifo, en vista de que yo no era capaz. Brian se
encargó de ello. Mi móvil vibró dos veces y pude leer en su pantalla:
“Tenemos
problemas, Soph. Hay sombras en tu distrito. Te han encontrado. Voy para allá”.
Calculé
cuando tardaría en llegar y recibí otro mensaje.
“En una semana estoy ahí. Suerte, guapa”.
Mi respuesta
fue escueta:
“Gracias”.
Cerré
el libro y, dejándolo abandonado en el suelo, subí las escaleras hasta mi
habitación. Allí cambié mi suave camisón por ropa de calle. Enfundé
mis largas piernas en unos pitillos de montar a caballo y los pies en unas
botas de piel hasta por encima de la rodilla que se ajustan a la pierna como un
calcetín. Por un momento, mi reflejo se me antojó como el cuarto mosquetero, y
reí. Luego seguí con la ropa. Me puse una camiseta negra de Los Ramones, una
sudadera del mismo color con el logo de la escuela y un gorro de lana muy
oscuro que ocultaba mi larga melena rubia. Las manos y la cara las protegí con
un sencillo conjuro, y salí a la calle.
Mis
desarrollados sentidos enfocaron la calle como si, en lugar de las once y media
de la noche, se tratase de las doce del mediodía. Mi mirada recorría cada
esquina, cada rincón, cada resquicio, como si fuese la última vez que fuese a
hacer aquello y quisiese memorizar todos los detalles. Mi cuerpo se deslizó,
sinuoso, por la calle, hasta que me topé con la criatura frente al Nightmare, el club nocturno
de moda en el pueblo. Bueno, en realidad el único. Aún estaba vacío, puesto que
abría a “la hora de las brujas”, como rezaba su cartel. Faltaba media hora para
las doce, y los jóvenes que solían atestar el local aún no habían llegado. La
hora de las brujas… Como si las brujas fuésemos a agradecer que nos dedicasen
la hora de su apertura. La criatura me resultó extrañamente familiar. No
recordé nada de lo que me habían enseñado en ese instante. Me quedé paralizada
al ver que, en lugar de los acostumbrados ojos negros que relucían en las
cuencas de las criaturas nocturnas, dos brillantes ojos esmeralda me miraban
desde aquel rostro difuso. Y la criatura aprovechó mi idiotez para asestarme un
golpe que me dejó tirada en el suelo. Gemí mientras me levantaba. Y entonces
eché a correr. La criatura se quedó un poco atrás puesto que no esperaba una
maga tan cobarde, pero no tardó en comenzar a seguirme. En aquel momento, supe
con seguridad que me alcanzaría. Y en aquel momento también, hallé la manera de
impedirlo. Al alzar la mirada, descubrí luz en el tercer piso del edificio que
me rodeaba y escalé hasta llegar allí. Entré por la ventana y caí al suelo
frente a una cama ocupada por un adolescente rubio que mantenía los ojos
cerrados y los cascos puestos. Sin preocuparme lo más mínimo por el chaval,
sabiéndome en terreno conocido, me asomé de nuevo a la ventana y vi cómo la
nocturna daba la vuelta sobre sí misma y luego abandonaba el callejón
confundida. Y reí. Mi risa sacó al chaval de su música, ya que apartó los
cascos y me miró.
—¿Sophie? –preguntó asombrado–. ¿Qué haces
aquí?
—Si te
dijese que me perseguían para matarme, ¿te lo creerías? –indagué con una sonrisa.
—Probablemente
no, ¿es cierto?
—Sí. Pero
tranquilo, ya se ha ido. –Me
senté a su lado en la cama y reí de nuevo–. Es solo que no puedo volver a casa
ahora mismo. ¿Podría quedarme aquí?
—Claro, faltaba más. –Se echó a reír
conmigo y luego me preguntó–. Oye, nunca lo pregunté, ¿cuántos años tienes?
—No quieras saberlo, Ty. No quieras
saberlo.
—¿Tan joven y ya ocultas tu edad? Qué
mal vamos, Sophie.
—Ya ves… Bueno, al caso. Que tengo
que quedarme. Gracias por permitirlo, Ty.
—De nada, mujer. Bueno, vamos allá.
¿Por qué te perseguían?
—Yo los perseguía, y era solo uno
–contesté, avergonzada. Cada segundo que pasaba, más segura estaba de que
hubiera podido con él. Y entonces, sus ojos verdes volvieron a mi mente y mi
mente se bloqueó. Caí sobre la cama y solo después de que Ty me sacudiera
varias veces volví en mí.
—¿Te desmayaste? ¿Realmente acabas de
desmayarte?
—¡No! ¡¡¡No es cierto!!! –chillé
fuera de mí–. No, ¿vale? Es… mi mente se ha… bloqueado de pronto, porque
recordé algo, nada más, ¿de acuerdo?
—Vale, vale, tranquila. –Se acercó a
mí y me abrazó, provocando en mi interior unas sensaciones tan extrañas que el
corazón comenzó a latir mucho más deprisa, unas sensaciones que solamente había
experimentado una vez.
—Ty… Ty, yo…
Pero
no pude continuar. Bueno, no quise. Al final, me calmé y me dejé caer sobre la
cama, derrotada. No podía mirarle a los ojos, no cuando esas sensaciones
seguían recorriendo mi cuerpo, reptando lentamente, reviviendo mi interior. No
me moví hasta que controlé esos sentimientos, hundiendo el brillo de mis ojos
hasta que no quedó casi nada, y entonces me levanté con una sonrisa y lo miré:
—¿Qué observas?
—A ti. Te ha dado un ataque de… algo,
o algo. Sigo flipando.
—No necesito que me lo recuerdes.
¿Qué escuchabas? –Me pareció la mejor manera de cambiar de tema.
—¡TY! –gritó alguien al otro lado de
la casa, y me escondí bajo la cama sin que Ty me lo pidiese. Si mi profesor de
Matemáticas –y el padre de Ty– me viese allí, no soportaría su rapapolvo más
tarde.
—La visión
desconocida, ciega es. El mundo de las tinieblas, de mi parte está –murmuré, volviéndome invisible.
—Ty, nos
vamos a la ópera –empezó
mi profesor.
—No invites
a nadie y sé bueno, ¿de acuerdo? –continuó
la madre.
—Sí, mamá.
¿Cuándo volvéis?
—Mañana a
las tres de la tarde, porque mañana lunes es fiesta. Además, recuerda que
tenemos que ir a la ciudad para ver la ópera. Nos quedaremos allí.
—Vale, mamá.
Hasta mañana.
—Adiós, Ty.
Sé bueno.
Los dos
desaparecieron, y al poco se oía el ruido de una llave girando en la cerradura
principal. Ty tendió una mano y me sacó de bajo la cama. Ty siguió la
conversación que habíamos tenido antes de que fuésemos interrumpidos.
—Estaba escuchando la nueva de Justin
Timberlake, “Suit and tie”. ¿Quieres que ponga música o lo haces tú?
—Yo.
Me
dirigí al portátil que descansaba sobre el escritorio y busqué en YouTube hasta
encontrar lo que quería: Evanescence, My Immortal.
“I’m
so tired of being here,
suppressed
by all of my childish fears.
And
if you have to leave
I
wish that you would just leave.
‘Cause
your presence still lingers here
and
it won’t leave me alone…”
—Esta canción me la enseñó una chica
de Europlance que conocí hace mucho tiempo. Se llamaba Beth, y fue una de las
mejores amigas que he tenido jamás.
—Yo de este grupo solo conocía una…
Me gusta, está muy guay. Gracias por enseñármela.
—Bring
me to life, ¿verdad? Sí, es la que más se conoce de ellos. Bueno, por lo
menos es la que solían poner en la radio. Pero tienen muchísimas,
y todas geniales.
“These wounds won’t seam
to heal,
this pain is just too
real,
there’s just too much
that time cannot erase…”
—Evanescence… Lo apuntaré, me han
gustado.
Cuando
acabó la canción, se levantó él y, llevando el portátil a la cama, comenzó a
buscar él también. Pronto me encontré escuchando Maroon 5.
La
conversación posterior versó única y exclusivamente sobre música y artistas
favoritos de uno y de otra. Me encantaba hablar de música, podía ser yo misma
sin necesidad de medir mis palabras a cada segundo. Con controlar a qué
conciertos en vivo había ido y a cuáles no, todo controlado. Nos dieron las
doce hablando de música, y a Ty le sonó el móvil. Era su madre. Cuando colgó,
me explicó que su madre quería que se acostara ya.
—¿Y dónde duermo yo? –pregunté con
una sonrisa.
—Teniendo en cuenta que el único
sitio donde mi hermana no mira cuando llega a casa es este y que no pienso
dejarte dormir en el suelo… Vas a tener que dormir aquí, conmigo.
—Vale, guay.
Me
quité las botas y me saqué la sudadera por la cabeza. Luego, mientras Ty me
observaba por el rabillo del ojo –fingiendo buscar el pijama bajo la almohada–,
dejé caer los pantalones, libres, hasta el suelo y sacudí la pierna para que
formasen un gurruño en el suelo antes de doblarlos junto a lo demás. Cuando me
di la vuelta, Ty arqueó las cejas, inquisitivo.
—Hace calor. ¿Te molesta?
—En absoluto –afirmó, echando a andar
hacia el baño. Cuando volvió, me di cuenta de que en realidad nunca lo había
visto en bañador o, en su defecto, solamente con un pantalón. Era
guapo, muy guapo. Tenía el pelo cortado de una manera difícil de describir,
pero muy común. Como un antiguo corte a tazón que había crecido salvajemente,
sin orden ni patrón. El flequillo oscuro le tapaba la frente, juntándose con
las cejas a la altura del párpado móvil. Por detrás era largo, pero no mucho.
Lo suficiente. Bajo aquel telón oscuro relucían dos ojos verdes esmeralda,
preciosos. Era musculoso, pero no en el sentido de
cachas-de-gimnasio-presuntuoso. Más bien del tipo del que podrías sentirte
segura en sus brazos, así. Los abdominales estaban perfectamente dibujados, y
era de espaldas anchas. Estaba mirando al suelo, y la sangre teñía levemente
sus morenas mejillas. En definitiva, era el tipo de chico tímido que tenía a
todas haciendo cola y ni se daba cuenta. Sonreí al pensarlo.
—Ven, anda, que se va a hacer de día –me
dijo, abriendo el edredón para que entrase junto a él. Rogué por que no me
hubiese visto comérmelo con la mirada. Me deslicé a su lado con una sonrisa.
—Buenas noches, grandullón –murmuré,
dándole un beso en la mejilla.
—Buenas noches, pequeña –me deseó,
devolviéndome el beso.
Me di la vuelta y, cada uno en un lado de la cama, nos
fuimos quedando dormidos.
He aquí la prueba de que una gran escritora con un brillante futuro por delante se ha asentado entre nosotros. Ya no puedo llamarte Clare, se queda corto. Ahora tendrías que ser Super Obscura. Me encanta que utilizas mucho expresiones SUPER descriptivas y haces que pueda "ver" en mi mente los paisajes.
ResponderEliminarCariño, que ese talento tuyo nunca te abandone, que siempre conserves esa energía que te hace sentarte a escribir. Te quiero, no lo olvides.
Gracias por todas esas palabras bonitas, Clara.
EliminarSi, supongo que la descripción es uno de mis puntos fuertes.
Y yo...
Ems... Súper Obscura, me pregunto dónde habré leído yo esto antes, y cómo puede ser que lo mejorases más de lo que ya estaba... xDD
ResponderEliminarChica, no sé si lo habré dicho, pero amo a Tyler <3
Aunque antes la historia me gustaba mucho, ahora es SIMPLEMENTE PERFECTA.
Ojalá sigas reescribiendola, porque lo estás haciendo genial y pienso que realmente merece la pena :)
Y digo lo mismo que Clarucha, las descripciones son tu fuerte ;)
Yo también te quiero, amor. Sigue escribiendo así de bien y siendo tan absolutamente única, como solo tú sabes ser.
Un besazo!!!
Gracias por todo, Ane.
ResponderEliminarEn serio, sois lo mejor que me ha podido pasar en mi vida de mi*rda. Ojalá se produzca esa "Convención Amander" alguna vez, estoy deseando xD
Tq!
No eres la única que lo piensa, amor. Todas las mañanas me despierto pensando en eso, es lo que me ayuda a seguir adelante :)
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